ENFERMEDAD TERMINAL
Cómo afrontar la muerte con entereza
Se dice que una persona padece una enfermedad terminal cuando se le considera incurable y no existen esperanzas de que sobreviva. Sin embargo, el hecho de que un enfermo esté desahuciado no significa que no pueda o no deba recibir tratamiento; en muchos casos, su mayor motivo de preocupación no es la muerte misma, sino el sufrimiento que pudiera precederla: el dolor fÃsico, el verse obligado a depender de los demás, la pérdida de control sobre sus necesidades fisiológicas y el volverse una carga para su familia.
El buen cuidado del enfermo terminal (sea en casa, en un recinto hospitalario o en un geriátrico o en un asilo) supone ofrecerle un ambiente que le inspire la aceptación de su estado, a la vez que le brinde la seguridad de que sus molestias se controlarán debidamente con medicamentos y de que tendrá una muerte digna.
Cada vez son menos los enfermos terminales que pasan sus últimos dÃas en casa. Casi todos lo hacen en un hospital, rodeados a veces de los aparatos más refinados, pero con frecuencia temerosos, solos y apartados de su familia. En tales circunstancias, el enfermo puede llegar a sentir que se lo ha relegado al olvido mientras que los médicos se ocupan de quienes sà mejoran. Además, si a su alrededor se evita tocar el tema de la muerte, él quizá piense que se le oculta una verdad terrible, que en su imaginación puede adquirir tremendas proporciones.
Los familiares, por su parte, se ven privados de la tranquilidad que implica el poder cuidar por sà mismos a su ser querido y de saber que estarán a su lado cuando llegue el final. También para ellos puede ser difÃcil aceptar la muerte si han permanecido lejos del enfermo, sin la oportunidad de despedirse. En fin, como la muerte rara vez ocurre en casa, pocos hemos visto morir a alguien, y ello quizá nos parezca peor de lo que es en realidad.
En nuestra sociedad se acostumbra "proteger" a los niños manteniéndolos al margen de dos hechos fundamentales: el nacimiento y la muerte. De este modo, casi todos crecemos con escasas nociones del ciclo de la vida; su principio y su fin están rodeados de misterio y en cierto modo resultan ajenos a la vida real. Todo ello contribuye a crear en torno a los enfermos terminales un ambiente de negación de la muerte en que su sola mención se considera cruel e innecesaria.
No obstante, el enfermo suele estar perfectamente consciente de que padece una enfermedad incurable, aunque nadie se lo haya dicho directamente, y quizá también guarde silencio para no inquietar a sus familiares. Si el tema se abordara abiertamente, serÃa general el alivio de poder hablar sin reservas y no verse obligados a desviar constantemente la conversación. El problema de abordar el tema La mención de la muerte tiene en nuestro tiempo calidad de tabú; resulta incómodo e incluso vergonzoso hablar directamente de ella con el enfermo terminal, lo mismo para los familiares que para médicos y enfermeras.
Como el objetivo principal de la medicina alopática es devolver la salud a los enfermos, muchos médicos consideran que han fracasado cuando tienen que desvanecer las esperanzas de curación de una persona. Algunos pacientes prefieren ignorar la verdad, y otros necesitan cierto tiempo para aceptarla antes de poder hablar abiertamente sobre ella.
Sin embargo, en la mayorÃa de los casos, la "conspiración" del silencio llega a ser motivo de profunda aflicción. Casi todos los enfermos terminales acaban por sentir la necesidad de hablar sobre lo que les está ocurriendo, de hacer preguntas para disipar su incertidumbre y sus temores, y de tocar temas prácticos y emocionales con sus seres queridos.
La aceptación La doctora Elizabeth Kubler Ross, de la Universidad de Chicago, realizó una investigación para desmentir los mitos que prevalecen entre médicos y pacientes con respecto a la muerte. En su opinión, el estado emocional de los enfermos terminales atraviesa por las siguientes etapas antes de llegar a la aceptación:
Negación Cuando el enfermo sospecha o conoce el diagnóstico, su primer pensamiento suele ser "No es posible que esto me pase a mÃ", y rehúsa aceptar lo que equivale a una sentencia de muerte; con frecuencia, los demás se hacen sus cómplices en la negación y dificultan que se reconozca la verdad.
Rebelión Más tarde, el enfermo se indigna por su suerte, y puede dirigir su ira contra sà mismo ("¿Por qué no dejé de fumar?'), su médico ("¿Por qué no puede curarme?"), sus familiares ("De no haber estado tan ocupado con ellos, me habrÃa atendido a tiempo") e incluso contra el destino ("¿Por qué yo?").
Negociación En esta etapa, el enfermo trata de prolongar el tiempo que le queda de vida; se atiene estrictamente al tratamiento y a la dieta prescritos, y a veces pide operaciones o medicamentos radicales. Hay quienes buscan curas milagrosas acudiendo a médicos, terapeutas heterodoxos o curanderos, mientras que otros pretenden pactar con el destino ("Si reparo mis faltas, quizá me alivie").
Tristeza A medida que el enfermo comienza a aceptar la inevitabilidad de su muerte, lamenta la pérdida inminente de su familia, amigos y bienes, asà como los años de vida que no llegará a disfrutar. Algunos enfermos se hunden temporalmente en una grave DEPRESIÓN.
Aceptación Por fortuna son muchos los enfermos terminales que alcanzan esta etapa antes de morir; además de serenidad, gozan de cierta alegrÃa por lo que la vida aún les depara, y si se les ha brindado la oportunidad de exteriorizar sus sentimientos, con frecuencia se sienten más unidos que nunca a sus seres queridos.
Los últimos momentos El lugar donde se haya de cuidar al enfermo terminal en sus últimos momentos depende de la naturaleza del padecimiento, las posibilidades de atención de familiares y amigos, y los aparatos que se requieran. Muchos hospitales y geriátricos cuentan con los especialistas y el equipo necesario para el cuidado de pacientes terminales, pero si se decide tener al enfermo en casa, puede contratarse a una enfermera para que lo atienda. Si la enfermedad tiene periodos de exacerbación, quizá haya que trasladar al enfermo temporalmente a un hospital, hasta que se encuentre fuera de peligro.
Sea cual fuere la decisión, actualmente no existe justificación alguna para permitir que un enfermo terminal padezca fÃsicamente. Aunque a veces no es posible evitar cierto grado de dolor, existen medidas para impedir que se vuelva intolerable; por ejemplo, cada dosis de analgésicos debe administrarse antes de que haya pasado el efecto de la anterior.
Además del dolor, es preciso aliviar otras molestias que podrÃan llegar a presentarse, como la dificultad para respirar, las náuseas y el estreñimiento. Si bien resulta imposible ofrecer la curación al enfermo, hay que utilizar siquiera todos los recursos disponibles para hacerle más soportable su padecimiento.