ECOLOGÍA CLÍNICA
Contra la intolerancia a factores ambientales
La idea de que diversas sustancias presentes en el medio ambiente pueden tener efectos nocivos en las personas, principio fundamental de la ecología clínica, no es nueva. Ya en el siglo v a.C., el médico griego Hipócrates, considerado el padre de la medicina, sabía que la ingestión de ciertos alimentos provocaba reacciones adversas en ciertas personas. Aunque los alimentos siguen encabezando la lista de factores ambientales que pueden producir dichas reacciones, también pueden hacerlo el polvo, el polen de las plantas y las sustancias contaminantes de nuestros días, entre ellas plaguicidas, fungicidas, herbicidas, humo de gasolina y diesel, los productos limpiadores de uso doméstico y muchas más (RIESGOS PARA LA SALUD).
El interés en este tipo de reacciones comenzó a cobrar auge en la década de 1920, llegando a constituir más tarde la ecología clínica, doctrina terapéutica que se especializa en ellas y que en ocasiones practican los alergólogos e inmunólogos. Actualmente, muchos médicos reconocen la existencia, en algunas personas, de una hipersensibilidad o intolerancia que les produce síntomas indeseables cuando tienen contacto con determinados agentes ambientales, si bien no constituye una verdadera ALERGIA, pues difiere de ella en varios aspectos.
Las investigaciones sobre la hipersensibilidad a factores ambientales avanzan con lentitud. Para la industria farmacéutica, que patrocina buena parte de la investigación médica, se trata de un campo poco atractivo, pues no es probable que el tratamiento incluya medicamentos comercializablés. Sin embargo, los estudios realizados hasta ahora indican que el padecimiento puede deberse a una alteración del SISTEMA INMUNOLÓGICO.
Durante una verdadera reacción alérgica, se produce en la sangre una cantidad excesiva de una proteína llamada inmunoglobulina E. Los aquejados de intolerancia o hipersensibilidad a factores ambientales muestran, en cambio, un exceso de inmunoglobulina G. Tal parece que esta última tiende a acumularse en ciertas partes del cuerpo, donde produce inflamación. Los síntomas varían según la zona donde se concentra la inmunoglobulina G: si lo hace en la mucosa nasal, puede causar CATARRO y ESTORNUDOS frecuentes; en el intestino puede provocar DIARREA crónica; en el cerebro, MIGRAÑA.
Son muy diversos los mecanismos que desencadenan reacciones anormales a factores ambientales. La mucosa gastrointestinal, por ejemplo, puede irritarse al tener contacto con productos derivados del trigo, con fibra vegetal o con alimentos muy condimentados, sobre todo si padece una irritación preexistente. Si una persona carece de cierta enzima, es incapaz de asimilar el alimento para cuya digestión dicha enzima resulta esencial: la insuficiencia de lactasa, por ejemplo, incapacita al organismo para digerir la leche y sus derivados, que, en tal caso, tienen efectos nocivos. En algunas personas, la simple aversión a un alimento desencadena reacciones inmunológicas anormales, mientras que otras muestran síntomas semejantes a los de una adicción a la cafeína del café o a la teobromina del chocolate.
Los casos de hipersensibilidad e intolerancia también pueden deberse a un desequilibrio de la flora intestinal como consecuencia de un tratamiento con antibióticos. Estos fármacos destruyen por igual las bacterias infecciosas y las bacterias benéficas normalmente presentes en el intestino; cuando la competencia de estas últimas disminuye, proliferan organismos oportunistas que en exceso resultan nocivos, como el hongo Candida albicans.
La labor del ecólogo clínico consiste en identificar los agentes ambientales a los que una persona es intolerante o hipersensible y determinar, en la medida de lo posible, cuál es el mecanismo concreto que desencadena la reacción anormal. De este modo puede recomendar un tratamiento que prevenga o reduzca al mínimo la reacción. Los especialistas consideran que el número de personas aquejadas por estas reacciones va en aumento: actualmente es de 10 a 30% de la población.
Por regla general, las personas intolerantes o hipersensibles lo son a los alimentos que más consumen. La leche y los productos lácteos ocupan el primer lugar de la lista, seguidos del azúcar, el trigo y sus derivados, el café, el té, el chocolate, el huevo y la levadura; pero aparte de estos alimentos existen muchos otros que producen reacciones en algunas personas. Del mismo modo, la intolerancia a sustancias químicas ocurre ante aquéllas con las que se tiene mayor contacto. Con frecuencia no se trata de un solo agente causal, sino de varios combinados. Conviene, por tanto, que las personas hipersensibles conozcan los ingredientes de los alimentos procesados y de los productos químicos con los que tienen contacto y que pudieran contener la sustancia causante de la reacción.
Aplicaciones de la terapia Son muchos los síntomas que pueden indicar un trastorno de intolerancia o hipersensibilidad. A veces, un mismo agente puede producir reacciones distintas, según la persona de que se trate; tal es el caso del trigo, que unas veces causa accesos de migraña y otras COLITIS. Los síntomas más comunes entre los niños son HIPERACTIVIDAD, sueño intranquilo, malestar estomacal, ENFERMEDAD CELIACA (intolerancia al gluten del trigo y otros cereales), ECCEMA, ASMA y migraña. En los adultos, la intolerancia puede manifestarse con DOLOR DE CABEZA, TRASTORNOS DIGESTIVOS, sudoración nocturna excesiva, PALPITACIONES. REUMATISMO, dificultad para conciliar el sueño, FATIGA y TRASTORNOS DE LA VEJIGA.
La terapia puede beneficiar a las personas que padecen reiteradamente cualquiera de los síntomas anteriores sin causa aparente, sobre todo si éstos se han agravado después de una infección viral prolongada, como el HERPES ZÓSTER, la FIEBRE GLANDULAR o la GRIPE.
En busca del terapeuta adecuado Cuando el médico general sospecha la existencia de un trastorno de hipersensibilidad o intolerancia, remite al paciente a un alergólogo o inmunólogo, quien efectuará las pruebas necesarias para identificar y tratar la causa del padecimiento. Además de los métodos tradicionales para revelar alergias, como la escarificación cutánea y la dieta de eliminación, la ecología clínica utiliza técnicas de diagnóstico específicas para la hipersensibilidad, como la prueba kinesiológica, la eléctrica y la del pulso.
La consulta Para identificar la sustancia causante de la reacción, el terapeuta suele elaborar una lista de causas posibles interrogando al paciente respecto de su régimen alimenticio y tren de vida. El procedimiento requiere tiempo, pues hay que determinar en qué orden se efectuarán las pruebas con las diversas sustancias. Las siguientes ocho técnicas constituyen las pruebas diagnósticas más comunes:
Prueba de inmunoglobulina Se trata de un análisis sanguíneo para determinar el exceso de inmunoglobulina E que acompaña las reacciones alérgicas. Como ya se dijo, esta prueba no es eficaz para el diagnóstico de los trastornos de intolerancia o hipersensibilidad, ya que no revela la presencia de inmunoglobulina G.
Dieta de eliminación El paciente prueba sucesivamente los alimentos que figuran en la lista de causas posibles, hasta que, por exclusión, se identifica el que produce la reacción anormal. Una forma radical de este método consiste en tomar sólo líquidos durante los cinco días previos a la dieta, con lo cual se favorece un estado de hipersensibilidad que produce una fuerte reacción a los pocos minutos de comer el alimento nocivo.
Para evitar el ayuno, también es posible comer durante cinco días alimentos con poca probabilidad de desencadenar reacciones adversas, como carne de cordero y ciertas frutas, y luego introducir de uno en uno en el régimen los alimentos de los que se sospecha; los últimos en introducirse son los de consumo más frecuente, como los derivados del trigo, los lácteos, la levadura y el azúcar.
Prueba de leucotoxinas Se toma una muestra de sangre del paciente, a la que se añaden concentrados de las sustancias que integran la lista de causas posibles. Cuando la sustancia que desencadena la intolerancia tiene contacto con los glóbulos blancos de la muestra, les produce ciertas alteraciones que la delatan como tal. Por desgracia, la prueba es, además de costosa, difícil de interpretar, pues resulta positiva para numerosas sustancias.
Prueba sublingual Consiste en someter al paciente a una dieta líquida durante cinco días, al cabo de los cuales se le van poniendo debajo de la lengua porciones de los alimentos de la lista de causas posibles. Si existe hipersensibilidad a alguno de ellos, los síntomas se presentan en pocos minutos. La prueba se realiza también con las sustancias químicas sospechosas. Como el procedimiento suele prolongarse una o dos semanas, a veces resulta costoso.
Escarificación cutánea Consiste en rasguñar superficialmente la piel de un brazo o de la espalda y depositar en ella diminutas cantidades de los alimentos y sustancias de la lista. Los síntomas se presentan de dos a tres horas después del contacto con la sustancia nociva, por lo que suele requerirse más de una sesión de prueba, de varias horas de duración.
Prueba del pulso Detecta las alteraciones del ritmo cardiaco que normalmente se presentán cuando una sustancia a la que se es hipersensible se coloca dentro del campo eléctrico del cuerpo. Además de rápida y económica, la prueba se considera exacta en 80% de los casos. Con ella es posible descartar unas 50 sustancias en un lapso de tan sólo 15 minutos.
Prueba eléctrica Con un pequeño electrodo, se aplica una corriente eléctrica de bajo voltaje en un punto de ACUPUNTURA, casi siempre en la punta del dedo gordo de un pie. Mientras se observa la lectura eléctrica correspondiente a ese punto, se van incorporando al circuito las sustancias sospechosas dentro de una botella; si el paciente es hipersensible a alguna de ellas, la lectura cambia en forma automática. Esta prueba tiene las mismas ventajas de exactitud y rapidez que la anterior.
Prueba kinesiológica Se mide el tono muscular del paciente mientras se le ponen sucesivamente las sustancias de la lista en la mano o debajo de la lengua. La sustancia causante de la reacción de intolerancia altera el campo eléctrico del cuerpo, lo que se refleja en el tono muscular. Los practicantes de la KINESIOLOGíA atribuyen un 80% de exactitud a esta prueba.
Tratamiento Los trastornos de hipersensibilidad e intolerancia se tratan evitando la exposición a los factores ambientales que desencadenan la reacción. Sin embargo, cuando éstos son alimentos y se es hipersensible a varios de ellos, se corre el riesgo de que la abstención produzca serias deficiencias de nutrición. En ese caso, o cuando resulta imposible evitar el contacto con la sustancia, suele someterse al paciente a una terapia de desensibilización en forma gradual, o bien, se combate la causa subyacente de la intolerancia, si es posible identificarla con exactitud.
La desensibilización, también llamada inmunoterapia, consiste en la administración de la sustancia dañina en dosis cada vez mayores, con lo que el organismo del paciente adquiere, poco a poco, cierto grado de inmunidad a ella.
El tratamiento de los desequilibrios de la flora intestinal que producen una infección con el hongo Candida albicans varía, según la gravedad del caso, desde la supresión de la levadura y el azúcar en la dieta hasta el uso de medicamentos fungicidas (CANDIDIASIS).
El punto de vista ortodoxo
En general, la medicina alopática no admite la existencia de trastornos causados por hipersensibilidad a alimentos o sustancias químicas, excepto en los casos de intolerancia de origen fisiológico (como la deficiencia de lactasa) o de alergia verdadera, diagnosticada por los métodos tradicionales de escarificación cutánea o la dieta de eliminación.
En consecuencia, las pruebas diagnósticas de la ecología clínica carecen de validez para muchos médicos, que atribuyen los síntomas de la supuesta hipersensibilidad a una simple irritación o a trastornos de índole emocional como la NEUROSIS, la ANSIEDAD y el ESTRÉS.