Historia del Tarot
Fue en el 535 d.C. cuando, amparados en un edicto de Justiniano,unos fanáticos cristianos pasaron a cuchillo a los últimos sacerdotes egipcios del templo de Isis en la isla de Filé. Con ellos morÃa la religión que más tiempo ha vivido en este planeta. No sólo desaparecÃan sus cultos, sus ritos, su concepción de lo divino y del hombre, de la vida y la muerte, sino también los dioses y diosas que habÃan conformado durante milenios la médula de su pensamiento.
Sin embargo, a pesar de su extinción pública, este antiguo saber perdurarÃa clandestinamente a lo largo de los siglos y acabarÃa por volver a emerger en la cultura europea a comienzos de la Edad Moderna. Pero ¿cómo fue posible que se conservara y qué vÃas hicieron posible que llegara al Occidente cristiano este legado pagano?
Recapitulemos brevemente los hechos documentados en busca de una respuesta a este enigma. Dos siglos antes de la matanza de Filé, un joven de origen noble nacido cerca de Menfis abraza una nueva creencia religiosa llamada Cristianismo, que entonces era más una práctica espiritual basada en la experiencia personal de lo divino que el conjunto de creencias y dogmas tomados del JudaÃsmo –y aderezados con elementos tomados del culto solar de Mitra o del Sol Invicto– en que se convirtió después. Aquel joven ha pasado a la historia con el nombre de san Antonio «el Ermitaño» (san Antón) y su fiesta se celebra el 17 de enero. Curiosamente, aparte de su presencia en los santorales, podemos ver su figura reflejada en la carta número 9 del Tarot.
En 1005, un reducido grupo de nobles franceses deja sus posesiones y familias en el Delfinado de donde procede y marcha a Oriente con el propósito de llevar a Europa los «huesos de san Antón». Hallan en Constantinopla las reliquias del Santo y, de regreso a su paÃs, las guardan en la AbadÃa de Saint Didier y fundan la Orden de los Antonianos, cuyo emblema es la Tau. Las cruzadas aún no habÃan comenzado.
A finales del siglo XIV aparecen en Italia y otros puntos de la Europa mediterránea una serie de láminas coloreadas, que los cronistas afirman que provienen de Oriente y denominan con la voz árabe naib. Esas láminas son el Tarot, pero hay que esperar hasta el siglo XVIII para que un clérigo francés, introducido en logias masónicas y ocultistas, sostenga que el origen de esas 22 curiosas láminas era egipcio.
A partir de esa época, el Tarot se convierte en uno de los focos principales de interés de los cÃrculos esotéricos: sus láminas son asociadas a la cábala hebraica, a la numerologÃa, a la astrologÃa o a la magia, y en un principio parecen haber cumplido una función iniciática, aunque su uso más divulgado y conocido en el ámbito profano sea el de un instrumento de adivinación. Desde entonces se ha venido hablando recurrentemente sobre el origen egipcio del Tarot.
La cuna del libro secreto
Esta sucesión de hechos históricos aparentemente inconexos que acabamos de reseñar tiene no obstante un hilo conductor. San Antonio «el Ermitaño» era un hombre ilustrado, como correspondÃa a un joven proveniente de las clases altas »
de su época. Es posible que fuera iniciado en los ritos egipcios por su maestro Pablo, aparte de las conquistas espirituales que le pudiera aportar su propia experiencia como eremita, o que hubiese bebido en otras fuentes. Pero, en cualquier caso, todo indica que recogió los elementos más importantes del saber secreto de la antigua religiosidad mágica de su tierra –un legado que, en buena medida, se conservaba vivo en las tradiciones que sustentaban la Gnosis precristiana y la teurgia– y lo transmitió a sus discÃpulos en el contexto de la helenÃstica, que floreció en los primeros siglos de nuestra era en el Mediterráneo oriental.
La vieja sabidurÃa iniciática egipcia se habÃa extendido en el crisol que entonces representaba AlejandrÃa, auténtica cosmópolis de su tiempo. La astrologÃa, la alquimia, los conceptos filosóficos y religiosos, fueron sometidos a un intenso sincretismo y, con los años, se convirtieron en doctrinas como el hermetismo o en «herejÃas» como la gnosis cristiana, que san Eusebio, en su Historia de la Iglesia, afirma que ya era una realidad hacia el año 65 d.C.
Poco a poco y discretamente, dado el celo ortodoxo y el perfil herético de este legado, la noticia de que existÃa un saber sagrado secreto custodiado en Oriente alcanzó a Europa. Esa información llegó hasta nuestro continente por varios caminos, entre los cuales es imprescindible destacar a los ermitaños, al esoterismo de las tradiciones judÃa y árabe y a los más destacados lÃderes de algunas corrientes cristianas de los primeros siglos, como Prisciliano de Avila, que desconfiaba abiertamente de las fuentes en que se basaba la Iglesia de Roma e incluso envió a su discÃpula Egeia a Egipto en busca de lo que él consideraba el auténtico magisterio.
Antes de que finalizara el siglo IV, Prisciliano serÃa ejecutado por heresiarca. Era evidente que tanto el carácter subversivo que habÃan adquirido estas ideas como el rÃgido totalitarismo de la Cristiandad triunfante forzaban la prudencia y el secretismo, al mismo tiempo que dotabande un halo de misterio, prestigio y fascinación a ese conocimiento mÃtico prohibido, que adquirió asà carácter legendario y, seguramente, inspiró los sueños de aventura de los espÃritus más inquietos de la sociedad medieval.
Antonianos y templarios
Hacia el año 1000, unos caballeros deciden ir a Oriente en busca de ese saber. No es éste el motivo que declaran, por supuesto; ofi-cialmente sólo van en busca de los «huesos de san Antón». Según las crónicas, los hallan en Constantinopla y con ellos regresan a Europa. Estos caballeros son los Antonianos. Pocas décadas después, nace otra Orden de CaballerÃa con el objetivo especÃfico de garantizar la seguridad de los peregrinos en las rutas a Tierra Santa. Son los Templarios, que también van a Oriente en busca de nuevas claves de conocimiento oculto. Con el tiempo, mientras ganan rápidamente altas cotas de poder y riqueza, empiezan a celebrar ritos iniciáticos basados en ceremonias egipcias y estudian la filosofÃa, religión y dioses de este panteón, cuyas imágenes conocen y guardan.
La base de sus creencias es la «resurrección de Osiris», que identifican con la de Cristo. Teniendo como eje de su metafÃsica el concepto egipcio original de resurrección, y no el cristiano, dominado por las ideas de muerte y sacrificio redentor, desprecian la fi-gura y el sÃmbolo del crucificado. En su lugar, veneran una cabeza a la que llaman Baphomet. Dicha cabeza no es otra que la de Osiris –a quien su hermano Seth mutiló en 14 trozos–, que se guardaba en el templo de Abidos, servÃa de base a los misterios osiriacos y señalaba el punto inicial de un periplo iniciático en 22 etapas que comenzaba en dicha ciudad y concluÃa en Giza.
Finalmente, los templarios acabaron condenados bajo la acusación de culto satánico y fueron disueltos como Orden por la Corona de Francia, con el beneplácito y complicidad del Papa. No obstante, antes de su destrucción definitiva, estos caballeros tomarÃanuna serie de medidas para preservar el legado esotérico del que se sentÃan depositarios. Y entre ellas estarÃa el diseño del Tarot: unas imágenes que recreaban bajo un disfraz conveniente a los principales dioses y diosas del antiguo Egipto.
Dicho diseño no reproduce directamente las imágenes egipcias, lo que hubiera sido percibido de inmediato y causado su des-trucción, sino que se basa en las referencias clásicas de la mitologÃa griega, que asimiló a los dioses egipcios generando nuevos cul-tos sincréticos, como el de Serapis o el de HermesThot. Asimismo, eligieron 22 arcanos mayores, porque ésta es la cifra de la «peregrinación sagrada», que se hacÃa viajando Nilo arriba a través de los 22 nomos o provincias del Alto Egipto: 3 fases subdivididas en 7 pasos (21), más la que representa al propio iniciado (22). En este sentido, es importante recordar que tanto el 22 como el 7 y el 3 son cifras mágicas fundamentales del antiguo Egipto, que aparecen una y otra vez en sus ritos y monumentos.
Pocos años después de la desaparición del Temple, aparecen en Italia, Francia y España noticias de los naib o, como lo conocemos actualmente, los naipes del Tarot, un término que parece ser una corrupción de la pronunciación del nombre de dos de los dioses supremos de aquella vieja religión: Ptah y Thot. Finalmente, los retazos del saber templario que sobrevivieron a la destrucción de la Orden serÃan recogidos por la tradición y aparecerÃan en órdenes y corrientes posteriores, como la masonerÃa. Al cabo del tiempo, el Tarot se popularizarÃa en Europa junto a la teorÃa de su origen egipcio.
Básicamente, este proceso histórico resume una hipótesis que intenta reconstruir el viaje que siguieron los dioses egipcios desde su cultura madre hasta la Europa medieval, y desde allà hasta nuestros dÃas. Como es evidente, la piedra de toque de esta hipótesis no puede ser otra que la demostración de que, detrás de los arcanos mayores del Tarot, se esconden las figuras más importantes del panteón egipcio.